(Acerca del manifiesto «Defendamos nuestro horizonte»)
Málaga, vista
desde la ensenada hacia 1850. Litografía de Alphonse d’Hastrel (detalle)
No
tengo el gusto de conocer al propietario de ningún ático del paseo de la
Farola. Ya me gustaría, pues las vistas desde ellos deben de ser magníficas;
pero se trata de una mera suposición ya que al ser privados nunca he estado en
uno de ellos. Más fácil es certificar la veracidad de esta afirmación del presidente
de la autoridad portuaria: «la ciudad tiene una fachada marítima espléndida,
una bellísima perspectiva que no se puede apreciar ahora mismo y que desde el
hotel sí podrá ser apreciada»; alude, claro está, al rascacielos proyectado en
el morro de levante. En realidad cualquier malagueño de cierta edad podría
confirmarlo; antes de la prolongación del dique era posible llegar en coche
hasta la bocana, pedir una hamburguesa en el puesto ambulante allí situado y
disfrutar de esa vista «bellísima». No era demasiado glamuroso, claro está, pero
el recuerdo de aquella experiencia persiste décadas después. Ahora hay en ese
lugar una estación marítima que imposibilita esa visión.
Con las
obras de ampliación del puerto también surgió allí una explanada en la que la
ciudad soñó con construir un gran equipamiento público, quizá su auditorio, que
recuperase ese mirador. Muchos reconocieron la oportunidad que ese espacio
representaba, como por ejemplo Aesdima. ¿Recuerdan la visita fugaz y posterior
estampida de Frank Gehry? Pero se alegó en aquel momento que construir en ese
sitio no era factible, ¡suponía cimentar en alta mar! Y el acceso planteaba
problemas irresolubles, ¡menudos atascos se formarían! Años más tarde parece
que un hotel dotado con un casino y salones de aforos multitudinarios no
presenta tales inconvenientes. Se trata de una torre cilíndrica de 135 metros
de altura con 350 habitaciones que se ha topado con la oposición de un
movimiento ciudadano bajo el lema «defendamos nuestro horizonte».
Hay que
admitir que es un buen diseño. Al menos todo lo bueno que puede ser un proyecto
con esas premisas de partida. El problema es que no se puede depositar en la
arquitectura la responsabilidad de enmendar cuestiones previas que le son
ajenas y que convierten la ecuación en irresoluble; lo hemos visto antes en
Hoyo de Esparteros; el problema es que ciertos aspectos del planeamiento no se
planean (valga la redundancia) desde las necesidades de ésta y de sus
habitantes sino que se modelan en función de determinados intereses privados. El
proyecto responde al lugar con la escala que éste requiere, y el lugar asignado
no es el apropiado. Nadie se pone a ver la tele y coloca una garrafa de agua
delante de la pantalla, por muy bonito que sea el envase. Existe el precedente
del hotel Málaga Palacio: hay un sentimiento bastante unánime de que es un
diseño notable de edificio que, sin embargo, sería mejor que no existiese,
porque arruina la visión de la catedral. La terraza del Málaga Palacio ofrece
unas vistas maravillosas porque es el único punto de la ciudad desde el que no
se ve el Málaga Palacio.
Los viajeros
del pasado recogían en sus crónicas de su paso por Andalucía los monumentos y
vestigios de su esplendor islámico: Granada, Córdoba, Sevilla. De Málaga, en
cambio, no solían destacar las creaciones humanas sino su privilegiado
emplazamiento, una ciudad con su caserío suspendido entre el mar y las montañas
que le sirven de fondo, en el centro de una bahía que describe un suave arco
entre las puntas de Torremolinos y el Cantal. Con su puerto en el centro, donde
convergen todas las miradas. A algunos de ellos, como a Louisa Tenison, a
mediados del XIX les sorprendía la modernidad de sus numerosas industrias y su
dinamismo comercial, pero lo que les subyugaba eran los tonos pardos y rojizos
que adoptaban las colinas circundantes con los últimos rayos del sol.
Málaga
se ha desarrollado desparramándose hacia poniente desde un núcleo primigenio
junto a Gibralfaro, monte que es la referencia totémica que la ciudad adopta
como símbolo, presente incluso en su escudo. También es el protagonista
indiscutible de todas las pinturas, dibujos y grabados que la representan. La
imagen de la ciudad respeta esta progresión que va acumulando hitos: catedral,
chimeneas, torres de apartamentos; un crescendo que irradia desde las laderas
de la Alcazaba en dirección oeste, una imagen hoy maltratada que corre el
riesgo de sufrir una estocada en su punto más sensible.
Un
paisaje no es un lugar geográfico: se trata de una construcción cultural que
permite que un escenario despierte emociones porque el observador posee la
sensibilidad o bagaje cultural necesarios para interpretarlo, aunque haya
personas que puedan permanecer ajenas al espectáculo que se despliega ante ellos.
No son valores que el territorio posea per se sino que están en los ojos del que
mira. Para ilustrar el concepto se suele contar una anécdota protagonizada por
el militar prusiano Alfred Von Schlieffen, nada menos que el autor del plan de
invasión de Francia en vísperas de la Primera Guerra Mundial. Cuando viajaba en
tren junto a un oficial de su estado mayor, éste le señaló la belleza del
panorama que se desplegaba ante ellos: el valle del río Pregel bañado por la
luz del alba. El viejo general respondió con desdén: «¡Bah! Carece de valor
estratégico». En el caso que nos ocupa, quizá no seamos capaces de valorar
suficientemente los valores paisajísticos de nuestra ensenada, pero al menos deberíamos
calibrar en términos estratégicos el menoscabo severo e irreversible que
supondrá el enorme artefacto en el punto más visible de todo el arco costero.
Porque, como nos enseñaron los viajeros románticos, el paisaje es un valor
estratégico de nuestra franja litoral.
Trescientas
cincuenta habitaciones van a disfrutar de una panorámica bellísima. A cambio,
seiscientos mil habitantes y muchos más visitantes van a tener que padecer una
fea intrusión en su panorama cotidiano. Quizá algún lector pueda permitirse costear
una de las futuras suites y disfrutar las vistas. Otros no podremos evitar que
la torre nos parezca un dedo corazón haciendo un gesto internacionalmente
reconocible, a modo de recordatorio del equipamiento público que pudimos tener
en el morro de levante y que se desechó por técnicamente inviable.
(Artículo publicado en La Opinión de Málaga el 19/03/2017. Puede consultarse aquí)
Extraordinario
ResponderEliminarMuchas gracias, Rafa.
EliminarEnhorabuena!!!
EliminarMuchas gracias, KnoMorales.
EliminarEn Barcelona se superan ya todos los límites ¿Dónde queda el mar?Una sucesión de murallas, edificios, torres, que alejan al mar irremediablemente.
ResponderEliminarLa última vez que estuve en Málaga ( hace dos veranos) me recordó a la Barcelona de los 90, todavía no habían empezado a cerrar el horizonte marítimo.
Felicidades por la excelente obra del blog