«O te sentías desolado, o impasible de puro agotamiento,
como un poeta que ha mantenido una charla con demonios. Y no de miedo o de
preocupación, como sucedía antes cuando veíamos un edificio destruido entre
diez intactos. Porque por aquel entonces podíamos sentir la pérdida de ese
edificio, arrancado de en medio de los vivos, y al mismo tiempo temblar por la
vida de los otros. Pero entonces, ¿Cuando no quedaba nada? No era el cadáver de
la ciudad, no era un muerto conocido el que nos decía: “Ay, ayer, cuando aún
vivía, era tu hogar…” No, no había necesidad de lamentarse por la muerte de
nada y de nadie. Lo que nos rodeaba no recordaba en absoluto lo que habíamos
perdido. No tenía nada que ver. Era algo distinto, la extrañeza misma, lo
imposible por antonomasia»
Hans Erich Nossack, El hundimiento.
Ed. la uña rota, Segovia (2010), p. 56
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