Las ciudades son reflejo de las
sociedades que las producen.
Hay ciudades que muestran como
señas de identidad palacios aristocráticos de ocultos y suntuosos patios, arquitecturas
vernáculas y pintorescas o iglesias barrocas de recargada decoración.
No es que en Málaga no tengamos
algo de todo eso (tenemos, por ejemplo, una de las más espaciosas y luminosas
catedrales españolas) pero quizá nuestros mayores logros, aquéllos en los que
con mayor orgullo nos reconocemos, están relacionados con una noción del
espacio público que nos acerca mucho a Europa. De igual manera, nuestros
principales monumentos urbanos no son estatuas ecuestres o efigies regias, sino
imágenes de industriales o conmemoraciones de caídos por la libertad. Que cada
cual juzgue para sí si esto es bueno o malo –yo desde luego tengo clara la
respuesta-, pero esto es lo que somos. O lo que soñamos ser en un momento
señalado de nuestra dilatada historia.
Gran parte de lo que hoy
percibimos como nuestra identidad se corresponde con el coraje de unos
visionarios que soñaron una ciudad nueva y la modelaron de acuerdo a este ideal,
con el respaldo de una incipiente industrialización luego truncada, que vio
surgir en nuestro suelo los primeros altos hornos españoles.
La ciudad burguesa del siglo XIX
produjo unos espacios de proporciones equilibradas y delimitados por fachadas igualmente
armoniosas; en ellas primaba un sentido del orden, animado por sutiles
variaciones, que hacía que la ciudad pudiese leerse como una única partitura. Y
en esta gran pieza musical, incluso las residencias de los personajes más
notables se plegaban a este orden, renunciando a gestos de protagonismo
ornamentales. Por eso las fachadas de palacios de familias como los Larios se
integraban perfectamente en la escena sin destacar apenas. La calidad de cada
una de las piezas es alta, pero el “efecto grupo” es lo que confiere al
conjunto un valor sorprendente.
El palacete de los Condes de
Benahavís tampoco incumplía esta premisa. Voces más autorizadas que yo han investigado y justificado perfectamente desde el campo de la historia el valor de este
edificio, hoy más conocido como “La Mundial”.
Ahora me gustaría exponer, como
arquitecto, porqué La Mundial es tan buen edificio.
La Mundial contiene elementos que
son estupendas piezas de artesanía, como los herrajes, los cierros o la
decoración interior; este hecho le confiere un incuestionable valor añadido, pero no
lo convierte automáticamente en un buen edificio. Lo que lo convierte en una excelente muestra
de buena arquitectura es la manera admirable en que se ubica en un lugar y
un tiempo determinados. Es un edificio
pensado de forma inequívoca para ese emplazamiento y para ningún otro.
Como se dice más arriba, al
contrario de las construcciones de los nuevos ricos, el edificio se inserta
discretamente en la trama urbana, mostrando una cara sobria y una composición
de huecos similar a las de las construcciones circundantes. Sin embargo, siendo
tan buen arquitecto, Eduardo Strachan -su proyectista- reconoce sin dudar la singularidad del solar que
le es encomendado y, sin estridencias pero con maestría, resuelve el remate de
la pieza del Hoyo de Esparteros. Su tipología constituye una verdadera rareza
en el parcelario por razones de morfogénesis urbana, como ya expuse en otra ocasión. Y Strachan atiende a la doble circunstancia de ser remate de una larga
“península” y de, por otra parte, estar abierta a la plaza por el lado de
levante y orientada a una calle
secundaria –el pasillo de Atocha- por poniente.
Del fuerte sentido direccional
que le imprime la longitudinalidad de la pieza resulta una forma casi náutica,
a modo de proa, conformada por esa doble curvatura en las esquinas tan
característica de la arquitectura malagueña de la época, y el ático
retranqueado componiendo con su azotea una especie de puente de mando rematado por
balaustres. Casi un barco a punto de partir.
Pero la aparente simetría es
inexistente en la planta. El formalismo antes descrito se acomoda ahora a las claves
sugeridas por el lugar: con un acusado sentido de la teatralidad, las
dependencias más importantes se abren al Hoyo de Esparteros, mientras que los
espacios de servicio y la escalera se desplazan a la trasera, al pasillo de
Atocha. En el primer caso, huecos regulares y balcones volados, una fachada
representativa; en el segundo, huecos más pequeños, heterogéneos y diseñados de
acuerdo a la función de la habitación a la que dan luz y vistas.
Y los cierros. El gesto más
sorprendente de todos. Asomando a los moradores en visión de abanico tanto al
Hoyo como a la Alameda, a través de Calle Ordóñez; pero evitando mirar al
entorno menos noble, aunque la composición resultante evidencie esa asimetría.
Porque, como dijo Frank Lloyd Wright, Buildings, too, are children of Earth and
Sun.
En su día argumenté porqué me parece tan desafortunada la intervención proyectada por la promotora Braser en
Hoyo de Esparteros. Intervención que implica la demolición de La Mundial y la
construcción de una réplica en otro lugar del entorno, en un lamentable
ejercicio de copy-paste que no
solamente desvirtuará su materialidad constructiva al reproducirlo con técnicas
actuales sino que convertirán en incomprensibles las sutiles claves con las que
Strachan hilvanó su proyecto, empapándose del genio del lugar. La Mundial tiene
sentido solamente en su emplazamiento actual, para el que fue pensada, y su
reconstrucción en otro lugar es un absurdo desde el punto de vista arquitectónico. La fachada
representativa que Strachan proyectó como tribuna quedará ahora arrinconada, y
la trasera ganará un imprevisto protagonismo desde las orillas del
Guadalmedina. Y el airoso navío a punto de hacerse a la mar se convertirá en un
pequeño Titanic a punto de colisionar con un enorme iceberg.
Se trata en definitiva en un
gesto de cara a la galería de falsa protección del patrimonio.
Antes definí a la Málaga
decimonónica como un proyecto de ciudad europea y moderna que quedó inconcluso.
Claro que hablo de hace siglo y medio. Después vinieron los bloques de la
Malagueta y el Málaga Palacio. Quizás sería bueno definir a cuál de esas dos
facetas de lo que fuimos -somos- queremos parecernos.